Jamás pensó que la maternidad la cambiaría tanto. Desde el momento en que supo de la llegada de ellos a este mundo y que sería mamá, sabía que nunca les negaría un beso, que jamás se negaría a abrazarlos y que sus brazos serían siempre su refugio. 

Todas las noches, despiertos o no, les da un beso en sus mejillas, los huele y los observa como queriendo tatuar en su mente ese momento.

Se considera una buena madre, a pesar de todas las dudas, miedos, juicios e inseguridades que eso implica. Traer a dos seres indefensos a este mundo no es cosa fácil.

La emoción por la llegada de los pequeños para los dos fue inmensa. Leyeron y compartieron todas las noches millones de nombres, ideas y sueños de cómo sería la vida a su llegada.

Crianza compartida

Sin embargo, nadie les dijo que los hijos creaban abismos dentro de su relación, nadie les contó que el hombre procesa de manera distinta la llegada de un hijo, mientras que la mujer se vuelve un manojo de hormonas desde el día uno que sabe de su existencia.

Y no, no es que los padres no deseen y no puedan compartir la alegría, la emoción y la responsabilidad de la llegada de un nuevo ser, simplemente lo viven de manera distinta, tan solo por el hecho de estar diseñado fisiológicamente de manera distinta, algo que se tendría que decir y hablar sin miedo para poder entenderlo, asimilarlo y, por qué no, fortalecer la relación.

Hoy, después de casi 10 y 7 años, ella ha descubierto que la maternidad para cada mujer es distinta, que sin acompañamiento la culpa se vuelve tu sombra, que tratar de ser la mamá perfecta solo te vuelve “la mamá” y dejas de ser tú, la mujer, la persona, la profesional, la tía, la amiga. 

Y no, no confundamos el amor inmenso que ella siente por sus hijos; no confundamos el amor incondicional que siente por esos dos pequeños seres que un día volarán. Sino que ella descubrió que amarlos significa amarse; significa que puede pedir ayuda, buscar una red de apoyo que la sostenga; significa equivocarse y aprender de la mano de ellos.

ser mama

Soy más que mamá

Antiguamente, la crianza solía ser un esfuerzo colectivo, donde las redes de apoyo eran fundamentales. Las mujeres no criaban solas, se apoyaban mutuamente y compartían responsabilidades, las cuales contribuían a la recuperación no solo física de la madre y del recién nacido, sino también a la salud mental.

Si bien es cierto que las cosas han ido cambiando, esta responsabilidad sigue recayendo en la mujer, y aunque el hombre hoy se involucra más en ello y en ejercer una paternidad presente, aún tenemos mucho que trabajar para poder delegar y aceptar que en esta búsqueda de «ser buena madre» nos perdemos como mujeres.

Sin duda, la maternidad es un viaje lleno de sorpresas, desafíos y momentos inolvidables, pero también una montaña rusa de emociones y aprendizajes, pero jamás debería ser un laberinto sin salida.

Porque sí, shit happens, pero recuerda que siempre se puede desaprender, aprender, reconstruirse y empezar, para ser tú nuevamente y desde ahí partir para ser más que una mamá. La maternidad es solo una faceta, como muchas otras que tienes en la vida. Sin embargo, jamás debería tomarse como la protagonista de nuestra vida. No es que no amemos ser madres, sino que somos más que eso.